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Ascenso al Volcán Puntiagudo - Selva y merengues con mi hermano de la montaña
Team Ansilta

Ascenso al Volcán Puntiagudo - Selva y merengues con mi hermano de la montaña

Es imposible no querer subir el Puntiagudo si vivís en Bariloche: lo ves desde todos lados y se te hace agua la boca. Siempre por h o por b se posterga el pegue, sabiendo que en algún momento vas a ir. Bueno, sí, pero a veces también está bueno mirar a tu amigo y decirle: “Che, ¿vamos al Puntiagudo la próxima ventana? Pero de posta, ¿eh?”
Y con Fernando es medio así, pim pam pum, blanco o negro, esto y aquello.

Salimos de Bari a las 6:30 am, es larga la manejada hasta el inicio de senda. Frontera chilena, gran cola de espera. Casi me sacan el lomito ahumado para el pegue, ¡pero por suerte me lo dejaron pasar!

Llegamos a la cabecera de la huella alrededor de las 12 del mediodía. Fua… ¡Qué jungla! La selva valdiviana debe ser uno de los ecosistemas que más hacen flipar: helechos gigantes, diversidad extrema de líquenes y musgos, vida verde por cada rincón que mires… Ah! Y humedad, bendita humedad.

La senda recorre distintos estratos de la selva valdiviana, y hay partes donde es necesario tirarse cuerpo a tierra y reptar para poder pasar. Hasta que aparece el claro, un escorial de lava volcánica y el campamento “Alerce”. Llegamos allí en la tarde, listos para los mates y la picada, justo cuando (por fin) se despejan las nubes y podemos ver a lo que vinimos: el Puntiagudo y sus increíbles merengues.

Suena la alarma a las 3 am. Un cafecito, granola y a darlo. Había caído tremenda helada y todo estaba congelado: condiciones óptimas para nuestro desafío. Pateamos hasta la base del primer hongo; ¡que espectáculo el amanecer! Íbamos reconociendo todos los cerros del patio de casa, ahora vistos desde este volcán tan icónico. Una serie de palas y conexiones de entre 45º y 60° nos llevan a tirar un largo de honguitos y rocas escarchadas ¡Qué formaciones más salvajes y perfectas decora el viento patagónico! Es alucinante a más no poder. 

Pega el solicito y se siente; se empiezan a caer los mágicos hongos, que ya son mini proyectiles helados que va escupiendo la montaña. Hay que meterle velocidad a la famosa travesía que nos conecta con la pala que lleva a la cumbre.  Unos pasos medios expuestos y desplomados por esa línea y llegamos a la última recta. Voy, yendo, piqueta piqueta, pie pie, piqueta piqueta, pie pie. Voy tarareando una chacarera del Raly en mi mente mientras mi cuerpo memoriza la coreografía.

Finalmente, cumbreeeeeeee. ¡Qué angostita! Clavo una estaca a toda velocidad, armo una reunión a prueba de bombas y llega el Fer. ¡Abrazo de oso! ¡Qué lugar, hermano! Guau todo lo que nos rodea. El sol pegando, ni una nube, el cielo azul, millones de volcanes blancos en el radar… Que increíble es la Patagonia, este lugar dónde vivimos… Qué increíble compartirlo con mi hermano de la montaña.

Texto: Angie Di Prinzio
Fotos: Angie Di Prinzio y Fernando Martínez
 

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