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CRÓNICA EXPLORANDO EL IMPACTO DEL PLÁSTICO
Sustentabilidad

CRÓNICA EXPLORANDO EL IMPACTO DEL PLÁSTICO

Celeste Giardinelli y una crónica explorando el impacto del plástico en una de las islas más remotas del mundo.

Azul. El océano pacifico es de color azul. Desde que nos separamos de tierra firme, hace almenos cinco horas, en la ventana del avión el paisaje parece haberse congelado. Observando afuera no hay ninguna noción real de si vamos en dirección norte o sur, si hacia el este o al oeste. Lo único que se ve desde la ventana del vehículo que vuela es que hay agua. Mucha agua. Y una sombra con forma de avión. Justo eso estaba pensando cuando el piloto avisa que en los siguientes 30 minutos, desde la ventanilla, comenzaremos a ver un punto a lo lejos, que le prestemos atención. Se trata de la isla remota a la que estamos llegando…

La veo. Me parece pequeña y nos acercamos. Cada vez más. Ya no es tan pequeña. El aterrizaje sucede rápido y me apuro en levantar mis cosas. Yo aún no lo sé, pero todos mis puntos de referencia de tiempo, tamaño y distancia, están por cambiar en este viaje.
La Isla de Pascua o Rapa Nui, es uno de esos destinos que uno sabe que existe -incluso cúal es su principal atractivo turístico- pero no cómo señalarlo en el mapa. Quizá por eso, cuando supe que viajaría hacia allá contuve la emoción por unos segundos… a dónde exactamente estaba por llevarme mi trabajo?

Pasé los últimos cuatro años trabajando como periodista y exploradora. Y como tengo 22 años, llevo toda mi adultez viajando por trabajo. A veces voy con equipo, a veces sola. Particularmente los últimos dos años dediqué buena parte de estos viajes a la investigación de temas ambientales. Es muy interesante pero también desolador. Este viaje en particular tuvo de los dos. Aunque seguramente todos diríamos que nos gustaría conocer esas famosas cabezas que sobresalen de la tierra… Rapa Nui no es un destino prioritario en la bucket list de casi nadie. Tampoco lo era en la mía. Quizá por eso descubrí, cuando supe que la visitaría, que si la buscamos en un mapamundi es tan pero tan pequeña que a veces ni siquiera la marcan.


El territorio legalmente pertenece a Chile, pero la isla está ubicada en medio del océano pacífico, más precisamente, a casi 4.000 kilómetros al este del continente americano y a 7.000 kilómetros al oeste de Nueva Zelanda… La tan conocida Isla de Pascuas es, de hecho, una de las puntas del triángulo polinésico. Y su pueblo local, además de ser uno de los más aislados del mundo, culturalmente comparte más con el Hawaiano que con el chileno.


Aunque en lo personal, en un principio partí hacia Rapa Nui para grabar un documental sobre la importancia de este sitio para las aves marinas y migratorias, luego de siete días en la isla cargados de conversaciones interesantes con locales y tener algunos encuentros sorprendentes con pedazos de plástico en medio del mar… decidí pasar otros cinco días abocada a esta temática. Esto fue lo que vi.


Si te hago pensar en una playa sucia, probablemente te imagines una o varias botellas de gaseosa en la arena, algunas latas vacías y aplastadas, envoltorios de comida, y agua en la orilla con plástico acumulado y flotando en su superficie… no? Bueno, Rapa Nui no tiene casi nada de eso. El problema del plástico en la isla es que a simple vista no pareciera haber un problema a resolver. Porque no tienen un problema de plásticos, grandes, y recolectables. Sino de microplásticos. Pequeños, e incontables.


Ahora bien, ¿cómo llega el plástico hasta ahí? ¿Acaso los locales son tan sucios? Para contestar, volvamos a lo que imaginamos cuando hablamos de basura en una playa. Pensemos, otra vez, en esas botellas y envoltorios vacíos o rotos. ¿Qué son esos? Plásticos de un solo uso. Es el tipo de plástico más común en el mundo. Mientras en el mundo se producen miles de toneladas de plásticos por día, según Greenpeace, los de un solo uso representan cerca del 40% de ellos.


Pero además, esas botellas y envoltorios que nosotros podríamos reconocer por su color o su forma incluso cuando son basura, en cuanto abandonan el suelo de las calles o playas empujadas por, por ejemplo, el viento, siempre terminan en el agua. Y por ende, tarde o temprano terminan en el mar. Esos plásticos primero flotan en la superficie, después de un tiempo se hunden unos pocos metros. Luego, por estar expuestos a la sal y al sol, lentamente comienzan a desmembrarse, hasta que algunos se transforman en microplásticos. Y otros, en irreconocibles pero aún grandes pedazos de lo que alguna vez fueron. Así, los restos de este material diseñado para no degradarse con facilidad, viajan por el mundo kilómetros y kilómetros durante años, impulsados por las corrientes marinas. Conectando, por ejemplo, el continente Asiático con una remota isla al sur del Océano Pacifico.

Retomando la historia… Después de una expedición en kayak que incluyó encuentros con redes de pesca y algunos pocos plásticos flotantes. Mi guía me preguntó si alguna vez había visto playas contaminadas por plásticos pequeños de verdad. Me di cuenta que no: aunque sabía que existían, mi concepción de basura en una playa, al imaginarla, era mucho menos problemática porque se podía juntar. Se lo dije y me escuchó. Contestó entonces que me iba a sorprender, y avisó que estábamos llegando a una playa de la isla que yo aún no había conocido.

Son muchas las corrientes marinas que chocan con las paredes y playas de Rapa Nui trayendo pedazos del mundo. Toda la isla está formada por roca volcánica, es decir, por piedras porosas. Entonces, cuando sube la marea, el mar alcanza la altura de los acantilados y es en esos poros de piedra donde se enganchan miles de pedazos de plástico. Cuando el agua baja, estos se separan de ella y quedan visibles.

Ovahe es una de las tantas playas de acantilado. Está del otro lado de Anakena, la playa más popular. Esta primera puede visitarse solamente cuando la marea baja lo suficiente. Es hermosa e imponente. Cuando llegamos, cada quien bajó de su kayak y en menos de cinco minutos, casi por inercia, todas las personas del tour estábamos agachadas, juntando pedazos de basura. Cada pedazo era pequeño y se camuflaba en el paisaje, pero bastaba con prestar atención para notar que ahí estaba. Y era mucho. La frustración de las personas locales en la isla es total. Ellos no son responsables de un problema que no es sólo estético, sino también de salubridad. El pueblo Rapa Nui vive mayoritariamente de su pesca diaria y en la actualidad, siempre come peces que en algún momento confundieron plástico con sus presas naturales… Y aunque ellos organizan limpiezas constantes, ninguno de los responsables en el continente les propone soluciones,tampoco recursos.

En mi último día en la isla visité las famosas cabezas que “crecen” desde la tierra. En ese sitio se fabricaron todos los Moai. Tan icónicos. Allí aprendí que hay 853 de ellos dispersos en toda la isla. Que llevan más de 1000 años observando esta tierra. También, que fueron hechos en comunidad por personas que tardaban hasta 16 meses en la fabricación de cada uno de ellos. Completamente ajenos a la futura revolución industrial, a la invención del plástico y a la producción en masa.


Quizá fue esa noción, después de tantos días en el territorio, la que despertó la reflexión más grande que hice estando allá: en ese sitio tan remoto, el pasado, el presente y el futuro convergen, y pueden ser observados en simultáneo. Hace 1000 años los humanos que allí vivieron dejaron un legado visualmente grande y representativo de su cultura. 853 increíbles estructuras que aún hoy son apreciadas y valoradas. Mientras tanto, en el presente que aún respeta ese pasado, se está construyendo un legado para las generaciones de dentro de 1000 años que es tan pequeño en tamaño que sus piezas ya no pueden contarse, pero se encuentran en todos lados. Y carecen de valor cultural. El legado actual para la generación futura es la basura de una sociedad que ya no construye para durar, sino para reemplazar. Que no diseña para trascender, sino para alimentar
una demanda de consumo tan inventada como insostenible. Es un poco triste.


Camino al hotel, frené a almorzar y despedirme de la isla. Tras comer un ceviche frente a la moana (así le dicen al mar) y disfrutar el nado de una tortuga verde, mis ojos se posaron en una roca. Entre tantas piedras, su color me llamó la atención. La levanté. No era una roca común. Sino un pedazo de plásticos devenido en piedra. Esta isla me enseñó muchas cosas, pero especialmente esta: cuando los humanos nos transformemos en fósiles como alguna vez los dinosaurios, esta Tierra sabrá qué hacer.

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